Page 81 - Libro LEI 2020
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En el jardín


               ¡Al fin  terminó  el  almuerzo! Pensaba  Martina mientras  se  escurría
              por  el  jardín  hacia  su  rincón  favorito.  Tanto  sus  padres  como  sus

              abuelos que vivían en la misma casa sabían de sus escapadas. Había
              un manto de silencio para que la única hija y la única nieta disfrutara
              de sus espacios. Martina tenía diez años, era alta para su edad y a

              falta  de  primos  le  gustaba  jugar  con  los  varones  de  la  cuadra  que
              después  de  ver  sus  habilidades    con  la  pelota  la  habían  aceptado

              como  a  uno  más  en  los  partidos  callejeros.  Su  rincón  favorito  era
              cerca  de  un  jazmín  cuyo  perfume  le  traía  recuerdos  de    Elena,  la
              hermana menor  de su madre que había fallecido unos meses antes.

              Olía  rico  la  tía,  siempre  le  traía  pequeños  regalos  que  Martina
              atesoraba, la invitaba al cine y  a distintos museos, lugares que a sus
              padres le aburrían.

              Cuando  Elena    supo    que  su  enfermedad  no  tenía  cura,  se  fue

              despidiendo de la niña de a poco. Sentadas en el pasto en el jardín su
              tía le mostró el tronco que estaba debajo de unas ramas.

              “¿Ves estos círculos que tiene aquí? Son los anillos que se forman a

              causa de las estaciones y nos indican los años del árbol. Ahora mira la
              palma de mi mano. Esta es la línea de la vida. La que va alrededor del
              pulgar hacia abajo… la mía es corta… a ver la tuya… es larga.”

              Gruesas lágrimas se resbalaban por las mejillas de Martina. “¡No es

              justo, tía!”

              “La  vida  es  como  este  jardín.  Algunas  hojas  crecen  enormes  y
              esplendorosas  y  otras  no  tienen  suficiente  fuerza.  Cuando  me

              extrañes, sentate al lado de este tronco y recorré con tus dedos sus
              anillos porque vos vas a ser tan fuerte como él y vas a ver muchas

              estaciones. Siempre voy a estar acompañándote”.

              Y así todas las tardes la niña volvía al rincón del jazmín al lado del
              tronco y deslizaba sus dedos una y otra vez sobre sus añosos anillos.
              Cuando  sea  grande,  me  voy  a  tatuar  estos  anillos  para  tenerlos

              siempre conmigo, se prometió Martina.
                                                                                  Patricia L. Sales


                                                                                                    80
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