Page 79 - Libro LEI 2020
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Cae la noche
Regreso desde el sur. La quietud es total. El sol baja empecinado,
escurriéndose entre las plumas del ala y recortándose entre las
montañas sublimes. Una brisa suave se desfleca sobre mi cara.
En el vuelo a casa quedo fascinada por el paisaje del faldón
aterronado. Abro grandes los ojos al ver la sombra fría y, al girar la
cabeza, los entrecierro por la claridad que llega del lado de mi
corazón. Sin embargo mi mirada queda atrapada en la calidez de
la franja central, que se abalanza.
A medida que me acerco los tonos se esfuman. La fachada del
precipicio parece raspada por la espátula del viento. Piedras
oscuras se alinean sobresaliendo del plano, mientras minúsculos
pero nítidos rastros de vida quedan encubiertos en los socavones.
No hay pompones de nubes que rocen mi cabeza. La luna salió a
pavonearse antes que llegue la noche. Más tarde llegará su amiga,
la niebla. Ya sin la luz del sol, jugarán a las escondidas.
Reina el silencio. El lugar, lejos de toda civilización, está envuelto
en un aura ancestral. Juraría que el tiempo se ha detenido si no
fuera porque el sol saluda en despedida mientras la luna le saca la
lengua.
La oscuridad se aproxima para cubrirlo todo.
Estoy llegando con un pequeño roedor atesorado en mis garras
ensangrentadas. Los pichones esperan la cena. Los escucho piar y
los veo revolcarse a sus anchas. Encontraré al nido patas para
arriba, como siempre.
Martín Isasa
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