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Metamorfosis

Ara siempre había sido una mujer sin muchos intereses. Llevaba
unos años casada con un hombre dominante, machista y no muy
trabajador. Lo que ganaba era suficiente para los dos y Ara no te-
nía grandes pretensiones. Todo eso fue cambiando cuando ella se
quedó embarazada y para colmo de mellizos. Su marido no se hizo
ningún problema y le solía decir que donde comen dos pueden
comer cuatro.
A medida que avanzaba el embarazo la esposa le fue tirando indi-
rectas para que se consiguiera un trabajo más rentable pero él la
callaba a gritos y le recriminaba que no se había cuidado lo sufi-
ciente para evitar quedar preñada. Los críos eran responsabilidad
de la madre que debía alimentarlos, decía el energúmeno.
Los niños nacieron prematuros y necesitaban leches caras y un lu-
gar mejor. Lloraban mucho y molestaban al padre. Una noche Ara
se cortó bien corto el pelo que le llegaba a la cintura. Se sentía rara
y decidió acostarse un rato con la luz apagada. Le picaba la piel y
al rascarse se arañó. Prendió la luz y vio en el espejo que su piel se
había tornado amarillenta, sus brazos eran garras de largas uñas.
Un pelaje corto cubría su cuerpo. Sus pupilas amarillentas busca-
ron a su cría y los lamió con dulzura. Cerciorada de que descan-
saban, salió a la calle. Trotó por distintos lugares. Los empleados
que descargaban cartones de leche huyeron despavoridos cuando
escucharon su rugido y vieron sus fuertes colmillos. Los cachorros
tendrían alimento.

Patricia L. Sales

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