Page 45 - Libro LEI 2020
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Lucita




               Sabes una cosa Lucita. Yo iba a la ferretería de tu viejo “Los Gallegos”

               casi  exclusivamente  para  ver  de  cerca  tus  labios  pintados  de  rojo.
               Recuerdo  ahora  que  dejaba  pasar  a  la  gente  para  que  me  atienda
               Ramón, tu padre. Con él nos entendíamos muy bien.  Hablábamos de
               fútbol, sobre todo los lunes. Él y yo, hinchas de Temperley, “El Cele” y

               vos también, con la cancha tan cerquita.
               Yo ya no sé si te dabas cuenta. Que yo hacía tiempo para estar un rato
               más en el negocio para poder mirarte. Me cautivaba como atendías,

               cómo te movías y cómo asesorabas y respondías a todas las preguntas
               de los hombres. “¡Sabe más que yo la nena!” exclamaba orgulloso tu
               viejo  y  vos  le  devolvías  una  sonrisa  triste,  demasiado  triste  para  mi
               gusto. Nunca te vi del brazo de un hombre y mirá que fueron tantos

               años. Tampoco te tomabas vacaciones. Lo que hubiera dado por ver tu
               piel  bronceada,  con  tu  cabello  lacio  y  los  labios  pintados.  Lucita,
               atendé al señor, Lucita, cobrale al señor, Lucita, alcánzame la pinza y

               vos obedecías sin chistar.
               Conocías las roscas de todos los tornillos, las pulgadas de los clavos, la
               sección de los cables, las medidas de las mangueras. No se te escapaba
               una. Siempre eficiente y apenas amable con los clientes varones, salvo

               con el peluquero de al lado de tu local, Ramón “El Estilista Gallego”,
               había que ponerle ese nombre a la peluquería, qué tipo berreta.
               Con  él  sí,  te  reías  a  carcajadas  y  no  te  importaba  que  tu  padre  lo

               odiara, no, no te importaba. Pero vos, mientras manchabas con rouge
               el  borde  de  la  taza,  tomabas  un  café  y  mirabas  con  deseo  a  ese
               estúpido peluquero. Yo lo vi, yo te vi. En cambio, a mí, ni una sola vez
               me devolviste una sonrisa, nunca.

               Dónde andarás ahora. Supe que tu padre murió y te quedaste al frente
               del negocio, solita.
               Pero no se más. Hace tanto que no vuelvo al barrio, pero tus labios no

               se me olvidan. El tiempo no borró el rojo furioso. Como lo estoy viendo
               ahora, justamente ahora.




                                                                           Carlos Etchebert


                                                                                                    44
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