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Sombra
El catorce de junio de 1978, el día en que nació Jorge, hubo un
apagón en la maternidad de la Clínica Olivos. El corte, que tuvo
pequeñas intermitencias duró una larga media hora, y por más
que los técnicos de mantenimiento revisaron una y otra vez toda la
instalación, no encontraron nada. El hecho quedó como una anéc-
dota del parto, y con el correr del tiempo fue considerado como
algo inexplicable o mera casualidad.
Sus padres no tardaron en descubrir que sus berrinches siempre
eran acompañados por parpadeos de los veladores, luces y apara-
tos de la casa. Sin embargo no buscaron ni quisieron explicaciones,
Simplemente, era así. Con el paso del tiempo sólo cuidaban que
al llegar la noche Jorge estuviera en casa. No querían dar justifica-
ciones absurdas y poco creíbles del estigma de su hijo. Lo cierto es
que en sus primeros años Jorge siguió rodeándose de esas repeti-
das “casualidades o hechos inexplicables”.
Al llegar a la adolescencia ya dominaba a voluntad la técnica del
apagón o el parpadeo absorbiendo la luz que lo rodeaba. Sus citas
con las mujeres se vieron beneficiadas por el don y tanto servía
para sacar provecho de las lindas, como para huir sin remordimien-
tos al amparo de la penumbra.
Ya de adulto, las malas compañías lo llevaron utilizar la oscuridad
para el robo. Las víctimas jamás lograban identificar al asaltante.
Pero, y siempre habrá un pero, tuvo la mala idea de asaltar a un
ciego, alguien para el cual no tuvo la ventaja estratégica buscada.
En un rápido reflejo le arrebató el arma y la disparó con plena con-
ciencia de la ubicación de Jorge.
En el último instante de agonía, Jorge devolvió toda la luz que en su
vida había robado. Mientras moría su cuerpo iluminó la noche de
todo Buenos Aires. Se dice que hasta el ciego percibió el resplan-
dor. El cadáver de Jorge terminó siendo no más que un pequeño
carbón que ardió lentamente hasta antes de que llegase la policía.
Raúl Menevichian
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