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Figuras

Anochece en el arrabal.
Bajo la luz titilante de un farol esquinero, los guapos de figuras
talladas como piezas de ajedrez, se van congregando. Imbuidos
en su singular andar, miran como sus zapatos se van deslizan-
do con maestría sobre el empedrado informe. Funyis elegantes,
lengues sedosos, con iniciales bordadas, tal vez por naifas que-
rendonas. El acero, compañero infaltable, oculto por si acaso,
entre los pliegues de la faja.
Los compadritos se semblantean, prestos a milonguear El ras-
guido de una guitarra marca el inicio, en tanto una voz aguar-
dentosa, va colándose sin haber solicitado permiso. Siluetas,
entregadas en cuerpo y alma que comienzan a dibujar arabes-
cos. Manos deslizándose por la cintura para marcar avances y
retrocesos.
Desde una de las esquinas, dos figuras contemplan el espec-
táculo callejero. Uno de ellos, vistiendo su traje de fino paño
inglés y camisa de hilado suizo, con sus manos apoyadas sobre
el bastón con empuñadura de plata. A pesar de visión borrosa,
disfruta, del embrujo que rodea a los bailarines.
Viajero incansable del mundo, siempre vuelve a peregrinar por
todos los rincones de esas calles bañadas por la luna, sintiendo
con placer infinito el aroma de las madreselvas. Luego, esas his-
torias de entreveros, caudillaje, taitas y conventillos quedarán
plasmadas en sus escritos.
¡Que no daría el maestro por cambiar, solo por unos instantes,
su vestidura londinense, por los ropajes y la postura de esos
bailarines!
Arrabal. Empedrado. Farol. Bailarines
Final de juego y placer.

Marta Guerrero

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