Page 137 - Libro LEI 2020
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Susto




               Dejamos  las  canoas  sin  amarrar  al  muelle  y  pronto,
               apurados, entramos a la casa, algo nos decía que íbamos a
               encontrar una sorpresa.

               La  inundación  del  día  anterior  había  sido  la  más  grande
               registrada  hasta  hoy.  Subimos  las  escaleras  y  abrimos  la
               puerta. El interior estaba mojado y eso nos pareció raro.


               El  arroyo  sobre  el  cual  estaba  la  casa,  era  angosto  y  no
               solía  pasar  mucha  gente  por  ahí,  sin  embargo    alguien
               había  dejado  sus  huellas  en  el  piso.  Sentimos  miedo.  El
               olor  a  humedad  era  penetrante  y  las  maderas  crujían  a
               cada paso que dábamos.

               Fue  como  en  Blancanieves,  había  siete  camas  y  todas
               revueltas,  y  en  la  séptima  una  niña  durmiendo.  Nos
               miramos sorprendidos, ella estaba plácida y parecía soñar,
               decía algunas palabras incomprensibles.


               Dejamos  que  se  despertara  sola,  parecía  inofensiva,  no
               tendría más de quince años.

               A las pocas horas se despertó. La vimos, pequeña y frágil.
               Ella clavó su mirada en nosotros. Sus ojos no eran de este
               mundo ni de ninguno conocido por nosotros, parecía que
               en ellos habitaba un universo incomprensible. No contestó
               a  nuestras  preguntas.  No  entendíamos  que  era  lo  que

               sucedía.  Sus  cabellos  chorreaban  agua,  igual  que  su  piel
               morena. Toda ella estaba empapada.

               Vimos  como  avanzaba  hacia  el  muelle,  se  volvió  para
               mirarnos una vez más y ahí percibimos cuál era el motivo
               que  nos  inquietaba.  Quisimos  acercarnos,  pero  en  un
               instante, tan solo un instante, se transformó en una gota
               de  agua,  igual  al    río  y  se  fusionó  al  caudal,  que  ahora
               estaba tranquilo y silencioso.




                                                                              Estela Asselborn




                                                                                                   136
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